¿Cómo inicio el sueño de un hospital propio?
Las sirenas del Hospital San Juan de Dios, que durante siglos marcaron el pulso de la salud pública en Colombia, se apagaron a finales de los años noventa. El cierre del emblemático hospital, conocido también como La Hortúa, dejó tras de sí pasillos vacíos, deudas millonarias y una comunidad académica huérfana de su principal escenario de práctica. Lo que alguna vez fue orgullo nacional se convirtió en símbolo de abandono.
Pero mientras el San Juan agonizaba, otro capítulo empezaba a escribirse en silencio: la venta de la Clínica Santa Rosa por parte de la liquidada Caja Nacional de Previsión. En 2003, la Universidad Nacional de Colombia decidió asumir el reto de transformar aquel cascarón deteriorado en un hospital universitario propio. Así comenzó la historia del Hospital Universitario Nacional de Colombia (HUN), el proyecto que devolvería a la UNAL su casa en la asistencia, la docencia y la investigación, y que hoy, casi una década después de su apertura, se erige como uno de los centros de referencia en salud del país.
Era 1999 cuando el emblemático hospital, corazón de la salud pública y de la formación médica en Colombia, había pasado de recibir entre 80 y 120 pacientes diarios en urgencias, a atender apenas una decena. Sus 400 camas ocupadas se redujeron a 50, y lo que antes era un centro de referencia nacional se convirtió en una institución sin director, acumulando deudas que superaban los 68 mil millones de pesos. Como lo retrata el TIEMPO
Los pacientes pobres seguían aferrados a sus salas, porque no tenían otro lugar adonde acudir. Los 1.664 trabajadores continuaban resistiendo, aunque llevaban meses sin recibir salario. “Si un día había alimentos, al siguiente no había medicinas”, relataba la prensa de la época. La crisis financiera, sumada a la falta de decisiones claras del Gobierno, la Fundación San Juan de Dios y el sindicato, precipitó un deterioro imparable.
En mayo del 2000, la Superintendencia Nacional de Salud tomó una decisión drástica: prohibir a las EPS y ARS enviar más pacientes al hospital y ordenar la reubicación de los ya hospitalizados. El San Juan quedó limitado a atender únicamente urgencias. Los disturbios protagonizados por trabajadores que exigían soluciones terminaron en choques con la fuerza pública y más de 20 heridos. El hospital, que alguna vez fue orgullo nacional, se convirtió en un símbolo de abandono.
El deterioro no era nuevo. Ya en los años setenta, las crónicas advertían sobre la precariedad de La Hortúa, nombre popular con que se conocía el complejo. En 1973, un reportaje de El Tiempo describía a un hospital que operaba con el mismo presupuesto de 1943, pese a que en tres décadas los costos de los servicios habían aumentado de manera exorbitante. Esa diferencia llevó a déficits insostenibles y a la acumulación de deudas: 25 millones de pesos en 1973, de los cuales 3 millones correspondían al servicio de agua. Los médicos, en un acto desesperado, decidieron no cobrar honorarios, mientras la “Cruzada de la Solidaridad” organizaba colectas para mantener abiertas las puertas del hospital.
La filosofía del San Juan de Dios había sido clara desde su fundación en 1723: brindar atención médica de alta calidad a trabajadores pobres a bajo costo. Pero nunca se definió con claridad si la Nación, la Beneficencia de Cundinamarca o el Distrito eran responsables de su sostenimiento. Esa ambigüedad administrativa dejó al hospital en un limbo que, con el tiempo, lo condenó a la ruina. Para 1979, algunos sectores sociales ya interpretaban el colapso financiero como un intento deliberado de transformarlo en una institución privada.
1973. Julio Cesar Turbay Ayala visita las instalaciones del San Juan de Dios en la Hortua para conocer de primera mano las dificultades que atravesaba el centro médico por las deudas que lo ponían al borde de la quiebra, buscando solución a la crisis del más grande centro asistencial público de Colombia. Cinco años después sería electo presidente de Colombia. Foto Jorge Parga, El TIEMPO
Mientras el San Juan se sumía en el ocaso, otro escenario empezaba a cobrar relevancia: la Clínica Santa Rosa, perteneciente a la Caja Nacional de Previsión (Cajanal). En 1999, Cajanal decidió cerrar la clínica, que estaba arrendada a la prestadora Assistir, desatando un conflicto legal y administrativo que evidenció el deterioro de sus instalaciones y las deudas acumuladas con sus arrendatarios. Equipos médicos de última tecnología permanecían sin instalarse, deteriorándose en bodegas.
La suerte de Cajanal estaba echada. Con deudas que alcanzaban los 150 mil millones de pesos, la entidad inició un proceso de liquidación que incluía la venta de su sede principal en el CAN y de la Clínica Santa Rosa. En octubre de 2003, el diario El Tiempo confirmó la noticia: la Universidad Nacional de Colombia adquiría esos activos por cerca de 30 mil millones de pesos.
La decisión fue un punto de inflexión. Mientras el San Juan de Dios agonizaba y cerraba sus puertas, la UNAL asumía el reto de transformar la Santa Rosa en la base de un nuevo proyecto: un hospital universitario propio, que garantizara escenarios de docencia, investigación y asistencia para las nuevas generaciones de médicos y profesionales de la salud.
Diáspora
El eco de los pasillos del Hospital San Juan de Dios todavía resuena en la memoria de quienes lo habitaron. Para Juan Manuel Arteaga, endocrinólogo y docente de la Universidad Nacional de Colombia, el cierre fue devastador:
“Lo que vino después fue una diáspora inmensa”, recuerda. Con el hospital clausurado a finales del siglo XX, estudiantes y profesores se dispersaron por diferentes instituciones de Bogotá y del país, sin un lugar propio que recogiera la tradición académica de la UNAL.
Arteaga lo resume con una metáfora que aún estremece:
“Era como tener una escuela de natación sin piscina”. Una facultad con prestigio, pero sin el espacio indispensable para entrenar a sus nadadores.
Raúl Sastre, entonces docente de cirugía, sintió la misma desolación desde los quirófanos apagados:
“Era imposible seguir enseñando cirugía general en condiciones dignas. La Facultad de Medicina había quedado a la deriva”. La ausencia del San Juan no sólo truncó la práctica clínica: fracturó la esencia misma de la formación médica.
En 2001, Sastre y un grupo de colegas intentaron dar una salida. Impulsaron en el Congreso una estampilla que garantizara recursos frescos para salvar el hospital y mantenerlo como campo de práctica de la universidad. El proyecto era ambicioso y cargado de esperanza, pero se hundió entre cálculos políticos y resistencias. “Fue el comienzo de un éxodo”, admite Sastre.
El cierre del San Juan no fue simplemente la clausura de un edificio: significó la ruptura de un vínculo centenario entre la Universidad Nacional de Colombia y la atención en salud. La comunidad académica se vio obligada a repartir sus prácticas en distintos hospitales de la red distrital, siempre como invitada, nunca como anfitriona. La UNAL, que había hecho grande al San Juan de Dios, se encontró de repente sin casa propia.
Esta diáspora ocuparía tantos años en la vida de la comunidad estudiantil, que para la apertura del HUN en 2015, hubo resistencia de algunos docentes para retornar al hospital universitario nacional, según lo relata Ignacio Mantilla, rector en el periodo de la apertura.
Un proyecto desde la nada
En medio de esa crisis, la Universidad Nacional se enfrentó a una pregunta crucial: ¿Cómo garantizar la formación de sus estudiantes de medicina, enfermería, odontología, farmacia y tantas otras áreas de la salud sin un hospital universitario propio?
La respuesta tomó forma en 2003, cuando Marco Palacios asumió la rectoría con la promesa de impulsar un hospital universitario de propiedad de la UNAL. Fue entonces cuando Juan Manuel Arteaga, endocrinólogo y docente de la Facultad de Medicina, apareció en la historia como director científico del proyecto, junto con Fernando Betancur, que asumió la gerencia.
El reto era monumental: “Había que crear el hospital universitario de la nada, a partir de lo que había”, recuerda Arteaga. El equipo se amplió con arquitectos, ingenieros, urbanistas, expertos en informática, especialistas en salud ocupacional y académicos de distintos campos. De esa sinergia surgió un diseño que no solo respondía a la necesidad docente, sino que se proyectaba como un centro de alta complejidad, investigación y referencia nacional.
El hospital debía ser autosuficiente, capaz de competir en el sistema de salud sin depender de subsidios de la universidad. Un centro de conocimiento, investigación y servicio que integrara desde la atención domiciliaria hasta la medicina crítica.
Primeras piedras y proyectos fallidos
El sueño de un hospital universitario no era nuevo. Ya en 1866, un año antes de fundarse la Universidad Nacional de Colombia, la Facultad de Medicina había surgido junto al Hospital San Pedro. Décadas más tarde, en 1961, incluso se colocó una “primera piedra” en el campus de la Ciudad Universitaria con la inscripción “Clínica Universitaria”. El bloque quedó abandonado, como una reliquia olvidada.
En los años setenta, otro proyecto ambicioso pretendió levantar un centro médico en terrenos del San Juan de Dios, en el barrio Policarpa Salavarrieta. Tampoco prosperó. Y en 2002, la UNAL intentó operar la Clínica Santa Rosa en convenio con la Caja Nacional de Previsión y la Fundación San Carlos. El acuerdo duró apenas un año.
Cada intento parecía desmoronarse por problemas financieros, legales o políticos. “No había realmente nada”, dice Arteaga. “Ni terreno, ni edificio, ni presupuesto. Solo la necesidad urgente de recuperar un hospital propio”.
El giro definitivo llegó en 2004, cuando el Gobierno decretó la liquidación de la Caja Nacional de Previsión y puso en venta sus activos. Entre ellos, la Clínica Santa Rosa, ubicada en el CAN, a solo 850 metros del campus universitario.
Varias instituciones poderosas pujaban por el predio: la Policía Nacional quería expandir su hospital central; el Instituto Nacional de Cancerología buscaba saldar deudas pendientes; la Clínica San Rafael, entonces en manos de la orden de San Juan de Dios, también mostró interés.
La Universidad Nacional entró en la competencia. Convencer al Consejo Superior Universitario no fue fácil: se necesitaban 30.000 millones de pesos. Pero la convicción de Arteaga y su equipo logró el apoyo. En 2005, en una subasta pública, la UNAL ofreció 24.500 millones y se quedó con el predio.
“En lo que hoy es la oficina de la Dirección General en el edificio administrativo del HUN se llevó a cabo la subasta. Ese fue uno de los días más felices de mi vida”, confiesa Arteaga. “Ganamos frente a instituciones mucho más grandes y fuertes. Fue como recuperar un sueño perdido”.
El Dr. Raúl Sastre, que para la época lideraba el proyecto desde la Decanatura de la Facultad de Medicina Universidad Nacional de Colombia menciona este suceso como un respiro, cuando bajo la rectoría de Marco Palacios la universidad adquirió el edificio de la antigua Clínica Santa Rosa, de la Caja Nacional de Previsión. “Un predio bien ubicado, a pocos pasos del campus de la Ciudad Universitaria, y con potencial para convertirse en hospital universitario” Sin embargo, comenta el exdecano, el entusiasmo inicial pronto se congeló.
El edificio quedó en desuso, como un cascarón de ladrillo abandonado. Las discusiones internas sobre el costo, la viabilidad y la pertinencia del proyecto paralizaron cualquier avance. “Hubo incluso quien propuso entregarlo a CAFAM para que lo administrara. Era como renunciar a la idea misma de tener un hospital universitario”, recuerda Sastre.
El punto de quiebre ocurrió en 2011. Los estudiantes de Medicina se fueron a paro para exigir que el edificio fuera destinado al hospital universitario. Perdieron un semestre completo, pero lograron una victoria política: el Consejo Superior Universitario descartó el convenio con CAFAM y dejó en firme la propiedad de la UNAL sobre el predio.
No todo fue celebración. La universidad había ganado el edificio, pero aún debía transformarlo en un hospital moderno. ¿Te gustó este primer capítulo? No te pierdas el siguiente - Un semestre sacrificado por el HUN